Me estiro, me dilato, me ensancho
y me despliego; no me detengo hasta
estar tan junto al sol, que puedo mirarlo a los ojos y en primer plano. Estando
ahí, alto, dónde tanto puedo ver, me concentro en un mundo chiquitito, uno que
me suena familiar y en el que me siento a gusto. Veo un piso alto dónde la luz
de la mañana descansa a sus anchas; observo un refugio rodeado de árboles de moras
y guiños animados; presto atención al rock and roll de una mirada que sonríe tímidamente;
y distingo un corazón rojo furiosos que, desde mi muñeca izquierda, acompaña la
escritura de un nuevo cuento.
Es así, siempre llegan las veredas
floridas, el aroma a nomeolvides y el aire mentolado en los pulmones.
Y si todo esto que percibo, está ocurriendo,
no me queda más que ser y amanecer a esta encantadora existencia repleta de primavera.