Sin presunciones, sin grandilocuencias, sin alardes; estoy volviendo a ir por lo luminoso, por el brillo.
Algo hizo que mi voluntad se nublara y que el opaco de mis huesos, humedeciera toda mi existencia. Me paseaba, lenta, por mi cuadra y mi reflejo en las vidrieras era difuso.
Así y todo, no intenté detenerme, todo lo contrario, conecte profundo con mi energía y apunté al sur. Bien al sur. Y ahí me reconocí. En mi territorio, en mi mejor estado. Siendo lo que soy: un ser de flores, plantado en un suelo fecundo, bebiendo gotas frescas y mirando hacia la luz.
Me refugia un aire novel que entra por mi ventana; me empuja un modo propio que no me permite lo oscuro; me obliga un día templado que, a pesar del frío invierno, me abarca con todas las ganas.
No canto más por las noches como el grillo, sino que canto amplio, por las mañanas, dejando entrar al sol en mi garganta, que brilla mientras yo trato de ser su más fiel representante en la tierra.
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