Me
puse las zapatillas por las dudas. El por las dudas se hizo lluvia y
me empapé de pies a cabeza. O de cabeza a pies, porque la lluvia –
por lo menos por ahora – viene desde arriba.
La
lluvia trae suerte me dijo la señora A.
La
señora A tiene algo que hace que yo le crea ciegamente. Tal vez,
porque directa o indirectamente ella, la señora A, es responsable de
mi suerte. Bah, de mi fortuna, más que suerte, de mi sonrisa de cada
mañana. La señora A comparte conmigo uno de sus mayores logros. Ese
logro, es parte de mi mayor felicidad.
Ella,
me contó que cuando era más joven y llovía, se ponía las botas,
tomaba un paraguas y salía a caminar bajo el agua.
Entonces,
voy a tomar como predicamento que la lluvia trae suerte. Voy a
llevarlo conmigo y cada vez que empiece a llover, voy a mirar al
cielo y voy a sonreír. Voy a tomar mi paraguas y a ponerme mis botas
y a salir sin tanta queja húmeda y ceño fruncido.
Porque
además, después de la lluvia, indefectiblemente, en algún momento,
siempre sale el sol.