Ayer llegué de trabajar, tomé mi changuito y me fui al mercadito de la vuelta de casa, el que está sobre Zapata, a comprar verduras. Compré tomates, espinaca y espárragos. También compré un pedazo de sandía. Me gustó que todo sea tan colorido. Me da placer cocinar con muchos colores. Me da más ganas de comer.
Hice pasta con cubos de tomate y puntas de espárragos salteados con aceite de oliva. También hornee unas minis tartitas de espinaca, choclo y queso para freezar.
Vino C.A. a comer y armé la mesa con los individuales que me regalaron las chicas de Violraviol (son hermosos, floreados y amarillos). Comimos en los platos de porcelana inglesa que me regaló mamá, los que heredó de la viejita vecina de mi abuela.
Fue una noche serena y con viento manso. Salimos al patio y mi Santa Rita me sonreía.
Las noches de primavera son notables y precisas.
Necesarias para el alma.
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