Había una vez un chico que todo lo veía. Tenía el don del ojo que todo lo ve.
Un día mirando a través de su ojo-lente mágico vio una mancha extraña. Una mancha de mil colores que no podía distinguir que era. Él, que todo lo veía, no alcanzaba a descifrar aquella imagen. Comenzó a preocuparse. La borrosa mancha además tenía movimiento, se movía como si fuera el hermoso diseño interior de un caleidoscopio. Empezó a cree que su don ya no era tal. Que lo había usado tanto, que estaba desapareciendo, se estaba esfumando de su ser.
Entonces, en lugar de desalentarse y seguir con su vida, se propuso recuperarlo.
Salió a la calle y comenzó a tratar de mirar de otra forma. Decidió que iba a usar todos los ojos a su alcance. Se planteó probar con diferentes lentes y objetivos, para recobrar lo perdido. Utilizó todas las herramientas que pudo para mirar distinto y lograr recuperar su habilidad. Después de mucho esfuerzo y búsqueda, se sentó sobre el pasto de una plaza céntrica, volvió a mirar hacia la mancha y ahora sí pudo verla con claridad. Insistió con su mirada para asegurarse el haber rescatado su destreza. Entonces fue cuando descubrió que esta había estado siempre allí, nunca se había ido. Sólo que con los años, debía haber mirado de otra manera.
Y en ese mismo momento, se dio cuenta de que su forma de ver se había modificando con el tiempo y a medida que las cosas sucedían, la técnica y la vocación de mirar no se evaporaban sino que se iban transformando.
Y de pronto, tomó conciencia de que darse cuenta de eso también, era parte de su don.
3 comentarios:
Hermoso. No creer que el método es infalible. Probar nuevas formas de mirar, nuevas perspectivas. Un abrazo.
Algunos tiene habilidad para ver y otros para decir.
Me gusta tu forma de contar las cosas.
Yo quiero un ojo que todo lo vea... para ver más allá.
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