Estando esta mañana en el andén de la Estación Mtro Carranza, me saqué mi campera negra desflecada y mi bufanda fucsia porque había mucha humedad y me daba calor. Además llevaba en mi mano un paraguas rayado.
Ya subida al subte, logré apoyarme contra una de las paredes cercanas al empalme entre un vagón y otro.
Casi al llegar a Catedral, dejé caer al suelo mi paraguas (intencionalmente, claro) para poder ponerme tranquila la campera y la bufanda. Mientras que estaba colocando un brazo por entre la manga izquierda, siento en mi hombro una seguidilla de tres golpecitos punzantes con un dedo índice. Mi reacción, como es de esperar, fue darme vuelta inmediata y bruscamente para ver que sucedía detrás de mí. Era un joven que amable, quiso avisarme que se me había caído el paraguas. Tuve que agradecerle con aparente contento y con una sonrisa simulada en lugar de gritarle en la cara:
NO ME GUSTA QUE ME TOQUE EL HOMBRO PARA LLAMARMEEEE, como me hubiera gustado, si no fuera que el muchacho no tiene la culpa de mi desequilibrio y que debo intentar controlar mis ataques neuróticos.
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