Hoy me desperté cantando Diamonds are a girls best friend.
Pero al levantarme, muy dormida además, me di cuenta de que ni era Marilyn Monroe ni mi vida tenía el glamour que ella tiene en sus películas.
Uds. bien saben que alguna vez yo fui su reencarnación, pero lejos está de mí, esa vida que solíamos vivir.
Y bueno, lo dejamos para la próxima…
La señorita del altovoz del subte repite:
Informamos que la línea D se encuentra momentáneamente interrumpida. Disculpe las molestias ocasionadas.
A los 17 segundos repite:
Informamos que la línea D se encuentra momentáneamente interrumpida. Disculpe las molestias ocasionadas.
A los 17 segundos más repite:
Informamos que la línea D se encuentra momentáneamente interrumpida. Disculpe las molestias ocasionadas.
A los 17 segundos una vez más y así sucesivamente.
Si hubiera tenido un palo largo a mano, juro que hubiera roto el parlante a golpes.
(Aviso que lo estuve buscando con la mirada y todo)
Además, ¿Para que me pide disculpas si a los de Metrovías le da exactamente lo mismo si yo estoy molesta o no?
¿Cómo se hace para saber cuál es el límite?
¿Hasta que punto vale la pena resistir para lograr ciertas cosas?
No lo sé. Por lo pronto yo estoy por enloquecer. Igualmente, considero que tengo un gran espíritu. A pesar de todo, lo cuento con risa y me la sigo bancando.
Seguramente no será para tanto al lado de otras muchas cosas, pero que hay que remarla, hay que remarla.
Estos son los marcos que quiero para mis anteojos y no los encuentro (no los encuentro a un precio razonable, por supuesto).
No ahorres en Coca-Cola, aunque sea un vicio, es el mejor invento del hombre.
No ahorres en puchos, no hay nada mejor que uno después de la cena.
No ahorres en quedarte en la cama hasta las dos de la tarde un domingo, aunque tu mamá te llame y te pregunte ¿Dormís?
No ahorres en caipiroskas cuando están acompañadas de una increíble noche de verano en algún lugar por lo menos a 50 kms. de la capital.
No ahorres en gastar los últimos billetes del mes en hacer un recorrido por las librerías de corrientes, buscando mesas de saldo y volviendo a casa con tres clásicos y dos novelas contemporáneas (anque algún libro de cocina).
No ahorres en el ½ kilo de helado para dos de frutilla al agua y chocolate con almendras cuando salís a pasear a la perra pasadas las doce de la noche.
No ahorres en tratar de pasarla genial aunque el mundo esté para atrás y tus relaciones se estén desmoronando.
No ahorres, viví mejor.
Y de un día para el otro,
la rosa azul cielo empezó a perder los pétalos,
pétalos de tinta china.
Quedaba uno.
Se sostenía con la fuerza de un tanque.
Lo sostenían miles de manos del mundo entero.
Vino un viento de otoño y lo derribó.
Un viento tan fuerte, que perforó los oídos.
Pero no tanto como para borrar la memoria.
Del techo del living de mi casa, cuelga un gran pez rojo que compré hace tiempo en el barrio chino. Mientras lo pagaba, le pregunté al joven chino que me atendía que significaba para ellos. Me dijo que el pez es la abundancia.
¿Abundancia de qué?
Porque yo, por ahora, en todo soy escasa.
¿Cambiará mi suerte a costa del pez rojo?
No pido mucho, tan sólo que se cumpla en alguna de las áreas de mi vida.
Es muy loco, pero nunca NO tengo frío en invierno.
Cada día me doy más cuenta de que la vida no es ni cerca como nos la habían contado nuestros padres cuando eramos chicos.
Tengo zapatillas nuevas.¡Ahora puedo correr más rápido!
No soy perfecta, pero soy lo máximo a lo que podrían acceder mucho (pero muchos, muchos).
Esta mañana amanecí como si un camión de Cliba me hubiera pasado por encima. No lograba abrir los ojos y ya eran más de las 11.00. La perra (sí, la perra, no mi perra; porque es la perra de mi chico que enmarañó mi casa desde que habita allí) me lamía la mano que colgaba por fuera del colchón y yo sólo atinaba a decirle a media voz: salíiii.
El sol, que pegaba en el piso de mi patio, me avisaba que estaba tarde para mi horario laboral, que ni logrando llegar en ese instante al subte y ni que este funcionara cual jet, yo iba a llegar a tiempo.
Me arrastré a la ducha y me vestí con las prendas que sobresalían del placard (para no realizar el trabajo mental de elegir).
Ya lista para salir, con la cartera colgando de mi hombro y la campera en la mano, me colgué del cuello de F y tuve mi último intento de convencerme de que eso era un sueño y que yo en realidad estaba en mi cama, tapada hasta el cuello; entonces le dije al oído entre sollozos: No quiero irme, me quedaría todo el día en la cama con vos abrazados. Y él me contestó: Yo también amor, pero…
Nos dimos un beso y partí.
El cuaderno de Saramago lo dice mucho mejor de lo que yo lo diría.Y, El Beso de Woody, lo comparte plenamente.
Odio hacer cola en el banco, con todo mi ser.
Genera en mí mayor ofuscamineto que el subte cuando está atiborrado de gente.
Lo destesto.