17/6/09

Día laboral no laborable

Ayer, por esas gratas sorpresas que da el destino, me avisaron que no vaya a trabajar, que había un problema de agua en el edificio. No necesito contarles mi enorme alegría al escuchar semejante noticia. Lo primero que pensé es: como me gusta tener un día libre, en los días en que el mundo sigue funcionando. No es lo mismo un feriado (aunque los vivo con gozo absoluto). Los feriados están buenos para descansar, para ver amigos; son una especie de extensión de los fines de semana. Pero los días laborales en los que remotamente nos toca no trabajar, son diferentes. Se puede hacer cosas con el mundo en marcha, con los comercios abiertos, con los lugares atendiendo al público, etc. Esas cosas que hace la gente que no trabaja o que puede hacer uso de sus horarios más allá de sus ocupaciones. Yo no soy de esas personas. Por suerte o por desgracia, trabajo y mucho. Y no suelo poder manejar mis horarios a gusto propio. Al contrario, los horarios me suelen manejar a mí.
Bueno, todo esto era para contar que además de las muchas cosas que aproveché para hacer ayer, la mejor fue la de irme a almorzar por Palermo con mi amiga R. Fuimos a una casa muy linda donde tenés que tocar una campana para que te abran. La manejan una pareja constituida por una joven mexicano y una muchacha pelirroja argentina. Creemos que ella viajó un verano a México de mochilera, lo conoció, se enamoraron y él decidió venirse a vivir acá a pesar del disgusto de su familia, de la cual no va a heredar nada, salvo alguna vajilla antigua que el se trajo y que usa en el restaurant. Además tiene una rulada y simpática perrita que se llama Frida y que no paró de venir a mis pies a pedirme que le dé de comer mis sobras.
Comimos muy rico y tomemos vino tinto con soda. Todo esto es especialmente para contarles que cuando tomo vino con soda, me gusta ponerle hielo. Por lo tanto, le pedí a nuestro amigo mexicano si por favor me podía traer. Amablemente me trajo una hielera metálica con un hielo un poco particular. En lugar de los tradicionales cubitos eran, en apariencia, pedacitos irregulares formados por esquirlas de hielo pegoteadas. Expuse a mi amiga en ese momento que para mí el hielo había sido raspado de la pared del fondo del freezer. Como el hielo me encanta (debo confesar que tengo un vicio demasiado arraigado con el mismo y que no puedo dejar de comerlo cuando lo tengo en un vaso), me da lo mismo su forma. Lo eché en el vino y además, me comí un cachito solo. Y ahí fue cuando me di cuenta de que esos hielos eran salados. ¿Es posible? ¿Tendrá esto relación con mi teoría del refrigerador? Creo que tal vez, habían guardado en él pescado y el hielo pegado en las paredes absorbió el sabor. Lejos de esto causarme asco me produjo una profunda carcajada. Igualmente, mi última conclusión fue:
Están hechos con agua de mar.
¿Podrá ser que me hayan dado hielo hecho con agua de mar?
Suena inverosímil, pero es la versión más poética que se me ocurrió.

5 comentarios:

La observadora dijo...

La Mamushka de nuestros blogs... mientras yo leo el tuyo vos lees el mio, y las dos nos inspiramos en el mismo aconetcimiento!!!! Te extrañana hermana del alma, que bueno es volver a tener nuestra cotidianidad!!!!!

La observadora dijo...

extrañana es extrañaba...escribi rapido..jejejej

El Beso de Woody dijo...

Jajaja!!! Siii, es que nuestro almuerzo de ayer, fue muy inspirador. Como en los viejos tiempos.

Cece dijo...

Muy romántica el agua de mar!
Saludos!

ces dijo...

quién es esa impostora?